11. A vuelo de pájaro. Una mirada sobre las aves que nos acompañan en la ciudad

– Por Lic. Daniela BorzinoProfesora de Ciencias Naturales y Licenciada en Enseñanza de la Biología. Participa como expositoras en Congresos Internacionales y regionales sobre Educación Científica y Educación Ambiental.

Una vista aérea del Área Metropolitana de Buenos Aires nos sensibiliza sobre la vasta extensión de hormigón que se pierde en el horizonte. Sin embargo, si recorriéramos el ejido urbano a vuelo de aves, nos sorprendería la diversidad de lugares que podríamos identificar como abrigo.

Por ejemplo, si fuéramos caranchos –Caraca planchus nos interesaríamos por las terrazas, las cornisas, las antenas y demás salientes que utilizaríamos para inspeccionar el área de cacería.

Si recorriéramos la ciudad en alas de zorzales (Turdus rufiventris) y calandrias (Mimus saturninus), nos detendríamos sobre los más frondosos individuos del arbolado lineal, y tendríamos que disputar nuestro territorio con las palomas domésticas y los gorriones, especies que llegaron a nuestras costas en barcos tripulados por capricho de europeizar el territorio.

En las plazas, canteros y otros espacios verdes están presentes las  torcazas, pero no hace falta tener un jardín para poder recibir visitas de aves nativas. Un balcón con algunas plantas nativas en maceta es suficiente para que la ratona –Troglodytes aedon– revolotee inquieta entre las plantas en busca de insectos y arañas. Este pajarito lleva ese nombre debido a que sus desplazamientos recuerdan los movimientos escurridizos de los ratones. Otro visitante de balcones, canteros y terrazas son los picaflores, como el picaflor verde –Chlorostilbon lucidus- que buscan plantas nectíferas, como las labiadas, entre las que se encuentra varias especies de salvias nativas que se adaptan muy bien a una maceta. 

De tanto en tanto, el césped de las plazas y parques son los oasis preferidos por algunas aves que se alimentan de semillas, brotes y de algunos insectos, como cardenales (Paroaria coronata) y Patagioenas picazuro (paloma picazuro). Los primeros son unos pájaros vistosos que tienen un copete rojo en la cabeza, y la segunda es de mayor tamaño que las domésticas y todas tienen el mismo color, donde destacan los reflejos iridiscentes en la zona del cuello. Estas aves, como muchas de la ciudad, prefieren los ambientes donde hay menos ruido ambiental. Es por este motivo que las podemos encontrar en parques y espacios amplios, rodeados de árboles y arbustos cuyas hojas absorben las vibraciones sonoras y mitigan la contaminación acústica.

Si observamos con atención entre las ramas de los árboles de las plazas podemos ver jilgueros saltando de rama en rama. En los árboles más añejos,  encontraremos a los metódicos chincheros (Drymornis bridgesii). Estos pájaros trepan a los saltos y de manera espiral los troncos de los árboles mientras que, con el pico curvo, atrapan artrópodos. 

Es conveniente detenernos un minuto para registrar la presencia de los chingolos (Zonotrichia capensis), que frecuentemente confundimos con sus primos lejanos, los gorriones. Estos pájaros nos acompañan con su canto desde muy temprano, y probablemente sea el último canto que escuchamos al atardecer debido a que tienen hábitos crepusculares. El canto melodioso se puede apreciar en todos los parques de la ciudad. Otra curiosidad, es que los chingolos suelen criar a los pichones de los tordos que no construyen nidos. Así que los chingolos se encargan de la reproducción de ambas especies.

También es frecuente observar parejas de horneros construyendo nidos de barro sobre algunos postes de iluminación. Si detenemos nuestra marcha, podemos reconocer el esfuerzo que realiza para transportar el barro durante la construcción del nido año tras año, que posteriormente abandonan. Sin embargo, este trabajo no se desperdicia: al año siguiente será el abrigo de nuevos inquilinos como picabuey –Machetornis rixosa-, el jilguero dorado, golondrinas y monjitas que tapizan el interior con diferentes materiales, según sus necesidades. Es por este motivo que, aunque se vean muy deteriorados, no se deben retirar los nidos de hornero abandonados.

En los claros y a la hora del mate, descienden las bandadas bulliciosas de tordos negros y músicos (Molothrus bonariensis y Agelaioides badius, respectivamente) que frecuentemente se cruzan con cotorras que tocan el suelo en busca de ramitas. Seguilas con la vista, vas a reconocer el nido gregario que forman en la copa de los árboles: una voluminosa masa de ramas enmarañadas que constituye el nido comunitario.

Todo esto sucede bajo la atenta mirada de una pareja de gavilán mixto que suele sobrevolar estos espacios a la espera de algún “distraído”. Si levantás la vista es probable que distingas la silueta de alguna pareja cruzando el cielo.

No todas las poblaciones de aves conviven pacíficamente en la ciudad: Los estorninos (Sturnus vulgaris) generan preocupación entre los ambientalistas. Unas pocas parejas de estos pájaros fueron introducidos en la década de 1980 y fueron reproduciéndose y aumentando la población; entre otras razones, debido a la ausencia de predadores naturales y a ser animales oportunistas. La mitad de su dieta se integra con insectos, pero aprovechan además todo tipo de recursos alimentarios: granos, basura, frutales, leguminosas, gramíneas.  Lamentablemente, estos pájaros son cada vez más comunes en nuestros parques y plazas. En el año 2008, se estimó que 4600 individuos habitaban en los espacios verdes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Rebolo Ifrán y Fiorini, 2010). 

Actualmente, los estorninos constituyen una preocupación en las áreas urbanas de nuestro país como en los sistemas productivos rurales, debido al daño que ocasionan en cosechas, cultivo de frutales y feedlots. 

Pero, además de los daños económicos, los estorninos compiten por los recursos con las aves nativas, como los pájaros carpinteros campestres y bataraz –Colaptes campestris y Veniliornis mixtus-. El problema es que los estorninos buscan los mismos lugares que los carpinteros para nidificar, por lo que se puede producir una disminución de los pájaros carpinteros en sus hábitats.

La introducción de especies exóticas no es el único mal hábito de las personas. Otras costumbres conspiran contra las poblaciones de aves nativas. Estos son la captura de pájaros cantores que terminan en jaulas y la liberación de gatos domésticos en espacios verdes de la ciudad. En ambos casos, producen una reducción del tamaño de la población reproductiva, reduciendo a futuro la tasa de natalidad de las especies. Ante estas situaciones, dos sugerencias a favor del ambiente: si querés disfrutar de las aves nativas, agregá medios de reclamo para que aumente la frecuencia de su visita en libertad. Por ejemplo, si querés ver cardenales, dejá un platito con semillas. Y con respecto a los gatos, es conveniente castrarlos para regular la población.

Estas acciones pueden contribuir a sostener las poblaciones de aves nativas que aportan servicios ecológicos a los ecosistemas urbanos. Muchos de ellos pasan desapercibidos a los ojos de los vecinos. Uno de ellos es que contribuyen a controlar las especies de insectos y arañas de la ciudad, contribuyen a la polinización de plantas y a la dispersión de semillas. También intervienen en el mantenimiento de la estructura del suelo y ofrecen beneficios recreativos, culturales y espirituales, constituyendo parte del patrimonio natural del área metropolitana.

Se ha mencionado un pequeño número de especies a las que podemos observar sin dificultades en nuestro quehacer cotidiano, pero está muy lejos de la realidad. Se estima que hay trescientas especies de aves que habitan en esta región, algunas de las cuales son especies migratorias que alcanzan la ciudad en diferentes estaciones y atraviesan -como la trama de un telar de norte a sur y de este a oeste- el área mencionada. Muchas de las cuales anidan en la región.

La riqueza específica se debe a la diversidad de ambientes donde se encuentra emplazado el AMBA y a la presencia de áreas ecológicas como las Reservas Costanera Norte y Sur y una serie de espacios que mantienen un corredor verde. Entre ellos, destaca el Parque Tres de Febrero con sus ambientes lacustres, Agronomía y sus bosques de tala, Parque Roca, y los márgenes del Riachuelo. Estas áreas, a su vez, permiten el desplazamiento de individuos de las diferentes especies a través de contrapartes en la provincia de Buenos Aires, como la Reserva Ribera Norte. 

Aquí debemos hacer un alto, y recordar que la Ciudad de Buenos Aires cuenta con dos reservas ecológicas –Reserva Costanera Sur y Norte- donde se puede ver representados las especies propias de la selva ribereña, el pastizal, matorral, bosques de aliso y cuerpos de agua. El sitio mantiene abundantes poblaciones estivales de aves acuáticas entre las que se destacan elementos emblemáticos típicos de las lagunas pampeanas como Cygnus melancoryphus (cisne de cuello negro) y Coscoroba coscoroba (coscoroba),  varias especies de patos –Ana sp-, gallaretas –Fulica sp- y macaes (Podiceps sp), entre otras especies como Egretta thula  garzas , Aramus guarauna (carao) y Phalacrocorax olivaceus (biguá). 

El valor ecológico de la Reserva Costanera Sur fue reconocido internacionalmente al recibir, en 2005, la designación de sitio Ramsar.

Así, el hormigón y el cemento que constituye la ciudad se ve interrumpido con espacios verdes, oquedades, salientes, cornisas, arbolado lineal, balcones y terrazas, parques y jardines que terminan por reducir las barreras geográficas que limitan el desplazamiento de las poblaciones. Tenemos que tener presente que no sólo estamos tratando de conservar los individuos que actualmente interactúan de alguna manera con nosotros sino que se trata de propiciar acciones que preserven el recurso genético, que permita a las poblaciones capacidad de adaptación frente a cambios ambientales. Se considera que el desplazamiento de individuos ayuda a sostener la variabilidad genética necesaria para el sostenimiento de las poblaciones. Hay que tener en cuenta que la diversidad específica se requiere para mantener las malformaciones genéticas en una tasa reducida en cada pool genético.

Todos los vecinos podemos contribuir para reducir dichas barreras geográficas con algunas acciones sencillas: mantener plantas nativas en los jardines, terrazas y balcones; crear espacios para anidar colocando cajas de madera o trozos de caño de plástico en ramas de árboles a diferentes alturas, reduciendo la contaminación sonora y aprendiendo a reconocer las especies y las relaciones entre ellas, solicitando a las autoridades que incremente la cantidad de plantas nativas como ornamentación de la metrópolis, teniendo en cuenta que muchas especies pueden ser ornamentales y de bajo mantenimiento. Es importante que recordemos que vivimos en una compleja red de relaciones entre especies y que las trescientas especies de aves contribuyen, de muchas maneras, a sostener la salud ambiental y el bienestar de los vecinos de la ciudad.

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